Llevas mucho tiempo
subiendo y bajando montañas.
Cada vez que alcanzas una
cumbre ves que más allá hay otra montaña más alta.
La observas, bajas, cruzas el
valle y te pones a trepar por su empinada cuesta,
llegas a la cima y
observas que más allá vuelve a haber una montaña más alta.
Desciendes de nuevo,
cruzas un valle,
lo cruzas casi sin
ver sus árboles, ni las casas, ni las fuentes, ni las flores silvestres,
tienes prisa, no
sabes por qué, pero tienes prisa,
pasas junto a un
estercolero tan rápido que no necesitas taparte la nariz.
Llegas al pie de la
montaña más alta.
Subes, subes, escalas
sus mayores pendientes…
Llegas a la cumbre,
por fin, y exhausto, ves al otro lado otra montaña…
Es mucho más alta.
Respiras, desciendes,
cruzas el valle,
no ves a los
campesinos, no ves los trigales ni los almendros.
No ves los cerezos
ni los nísperos,
no ves el pueblo ni
la tapia del cementerio
ni a las niñas que
van a clase de gimnasia ni a los ciclistas con maillots de colores
ni a las
cosechadoras conducidas por hombres con sombrero.
No ves al vagabundo
sucio que arrastra los pies por la carretera.
No escuchas al
pregonero que hace saber que ha muerto un buen vecino.
Avanzas, avanzas, llegas al pie de la montaña.
Avanzas, avanzas, llegas al pie de la montaña.
Una mujer hermosa te
sonríe y te ofrece un vaso agua.
Bebes. Tenías sed.
Sin darle las gracias, sin mirarla siquiera, empiezas a subir…
La cuesta arriba es
dura y esta montaña es muy alta.
Conforme subes y
subes te parece que cada vez lo es más,
que crece y se desnivela
más y más.
No llegarás.
Te detienes,
resoplas, miras abajo… piensas en abandonar…
No, no abandonas.
Subes. Subes. Subes.
Puedes llegar,
puedes, sí.
Ya estás un paso.
Franqueas las últimas
rocas que barraban el paso a la cumbre.
Llegas, ya estás
arriba. Arriba de todo.
Para tu asombro no
hay al otro lado ninguna montaña más.
Has llegado por fin
a la cumbre más alta de todas las cumbres.
Has llegado. ¡Has
llegado!
¿Y ahora qué?
Te mereces un
descanso. Te sientas. Hace frío. Tienes frío.
Te sorprendes
mirando abajo.
Nunca habías pensado
en bajar una montaña salvo para volver a subir a otra más alta.
Bajarás. Tienes
frío. Angustia.
Descenderás por la
cara norte.
Tienes vértigo. Das
un paso. No hay camino…
Resbalas. Caes. Ruedas
por un nevero sin fin.
Mientras caes te
parece que ves árboles, fuentes, campesinos, cerezos, nísperos, un almendro,
niñas faldicortas que van a gimnasia, ves un pueblo,
oyes al pregonero.
El pregonero dice tu
nombre.
La parte de adentro
de la tapia del cementerio casi no se ve.
Hay varios cipreses
antepuestos. Enhiestos.
Quieres ver sus
puntas, pero desde el interior del nicho ya no se ve nada,
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