He leído un fragmento de un poema de Kerouac
y me ha parecido sentir el olor del heno
mojado
en un día de calor,
bajo una lluvia de intermitente
fuerza
capaz de devolver a la tierra la humedad
que ella quiere entregar al aire.
Tu cuerpo, en aquellos húmedos veranos,
se envolvía con el mío en el olor a heno mojado.
La lluvia era fina y dulce y tu piel exhalaba un aroma floral
que, como el del heno, se avivaba bajo el
orvallo.
El poema de Kerouac no habla de olores:
y yo no sé por qué
te deseo al leer que una “dorada
hormiga veloz vuelve al heno
extendiendo sus antenas a través del matorral
del tiempo”.
Probaré a leer a otro autor.
Jordi Rueda