martes, 14 de enero de 2020

Ahí vivo

Entre Venus y Marte,
ahí vivo.
En un lugar del universo
llamado Tierra,
donde todo ha sucedido
entre el amor y la guerra.

Entre el amor y la guerra
es donde vivo.
Entre el amor y la guerra
sobrevivo.

viernes, 3 de enero de 2020

Azul

A veces encendía el fogón a gas y me complacía en ver bailar las llamas azuladas.
Después me acercaba a la ventana y miraba a lo alto, al firmamento azul.
Su serenidad me serenaba.
Me gusta, siempre me ha gustado, la palabra azul, 
su fonética precisa.
Miro el marco de la ventana, pintado de azul oscuro, y enseguida mis ojos viajan a través de los cristales en busca del color del infinito.
Hay nubes blancas, quietas, cuya presencia se realza gracias al azul de la tarde que las sostiene.
En la noche el negriazul le da más luz a luna y hace brillar las estrellas.
 Hay quien asocia el azul a la tristeza. Es la influencia de otras lenguas, sobremanera del idioma en que se canta el blues.
Pero el cubano Ernesto Lecuona evoca el éxtasis de una Noche azul a la que pide que vuelva para dar paz a su corazón, para darle luz. Y una famosa guarania del músico paraguayo Demetrio Ortiz, Recuerdos de Ypacaraí, rememora una noche tibia junto al lago azul de Ypacaraí.
Y no demasiado lejos, en un salar andino, hay reflejos azules en los cristales de sal. Nada es triste en esos azules.
 No me entristece tampoco recordar el baile de las llamas azuladas del viejo fogón a gas. Ni el mar inmenso, que sí sería triste y gris si no reflejara el cielo, donde tienen su invisible asiento todas las promesas de eternidad.
Pero no es eso lo que me fascina del azul, no deseo ser eterno ahora. Me basta con tener ojos que se admiren ante el azul sin fin y me hagan sentir la íntima paz que proporciona.