Era una mujer vacía y hermosa,
misteriosamente hermosa.
Sin embargo, al mirarse al espejo
ella solo veía su vestido,
la pintura de sus labios,
el rimel de sus ojos
y las pinzas de su pelo.
También sus manos eran invisibles,
aunque por el cristal bailaban destellos de oro y diamantes
acompasados al movimiento de la brocha de colorete.
Gestos aprendidos cuando se sentía atractiva,
con los que ahora hostigaba, con mecánica mímica,
unas facciones preteridas,
unas facciones preteridas,
casi impalpables,
Ella no se veía en el espejo
porque estaba vacía y el vacío no tiene imagen.
A los demás, empero, aun les parecía hermosa,
misteriosamente hermosa.
No reparaba en las miradas de los demás.
Ignoraba, pues, que les atraía su misterio,
el misterio que creyó que había vaciado
en el camino
para que lo descifraran todos.
Todos menos ella.
Jordi Rueda
Jordi Rueda
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