jueves, 13 de julio de 2017

A su debido tiempo

Soñadora, espontánea, inteligente. 
Gestos seguros, valientes, afinados,
cuerpo travieso, cálido, impaciente.
Siempre hay algo que está por llegar,
decías.
No hace falta atraparlo antes de hora,
decía yo.
En la vida hay muchas cosas
que solo estimamos si llegan a su debido tiempo,
coincidimos.
Éramos jóvenes y combatíamos nuestra perplejidad
viviendo un agradable día a día
de trabajo y placer.
Aquella noche, en el pequeño restaurante japonés
del Soho londinense
hablamos de comida portuguesa
Fueron los portugueses
quienes introdujeron la tempura en el Japón.
Pedimos entonces vinho verde, sushi de atún rojo
y sushi de erizo de mar.
Seguimos conversando,
bebiendo, comiendo, rozándonos,
mirándonos,
mirándonos hasta que tu mirada se iba lejos,
lejos,
volviéndonos a mirar cuando regresaba de lejos…
Fue después del segundo trago de sake,
al final de la cena,
cuando empezaste a hablarme de la muerte,
de cómo te figurabas tu propia muerte:
entrando en el mar lentamente, desnudándote
y bebiendo sake, 
dejándote llenar por sus aromas.
Te imaginé entonces, ya desnuda,
con tu cuerpo delicado y armonioso,
penetrando sin pausa en unas aguas oscuras, infinitas.
Y me imaginé de espectador
pero a la vez de acompañante,
me vi como un amigo que te da la mano,
aunque yo no quería morir todavía.
Y puestos a hacerlo así, preferiría,
te advertí bromeando,
que experimentáramos la muerte
en el Mediterráneo,
más templado que los mares británicos.
No hiciste ningún caso a mis palabras.
Seguramente querías, en tu fantasía,
morir sola.
Y si con una mano tenías que ir quitándote la ropa
y en la otra sostenías la taza de sake,
no había posibilidad de tomar la mía.
La muerte es individual.
Y salvo en casos de sufrimiento extremo,
no conviene anticiparla.
Uno muere solo. El que te tiende la mano,
por lo general, se queda.
Tú te vas. Yo no.
No sé hasta dónde te hubiera seguido.
Seguramente hasta que la penumbra
hubiera emborronado tu figura.
Me sonreíste.
Querías morir sola pero agradecías
mi solidaridad.
En el agua,
tu cuerpo junto al mío se mantendría caliente
por poco tiempo,
no como en aquel momento,
sentados a la mesa del restaurante,
casi pegados tu muslo y mi muslo
y mi brazo tocando tu brazo de piel tersa, blanca, dulce,
mirando ambos al frente como si hubiera un mar.
Bebiendo sake
 Sirva más sake, por favor.

Hay cosas que hay que dejar que lleguen a su debido tiempo,
repetíamos.
Como siempre hay tantas cosas que están por llegar
no hace falta esforzarse en atraparlas enseguida al verlas.
Tomamos más sake.
Tus facciones, vueltas hacia mi, se apaciguaron.
Tu mirada se llenó de ternura.
Yo sonreí otra vez.
Acabábamos de aplazar la muerte por una buena temporada.

A su debido tiempo llegará.

Jordi Rueda

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