Tenía 15 años y necesitaba enamorarme.
El afecto carnal no me bastaba.
Por ello escribí un poema esa mañana,
mi primer poema de amor,
y por la tarde se lo di a leer.
Después, los dos nos abrazamos y besamos
igual que dos amantes verdaderos.
Después, los dos nos abrazamos y besamos
igual que dos amantes verdaderos.
Detrás de la columna del zaguán,
a cobijo de miradas ajenas,
de pie, vestidos,
su vientre amó mi vientre
y no tardamos en alcanzar el éxtasis.
Con los ojos cerrados noté como sus labios
que un instante antes apresaban a los míos,
se aflojaban.
Abrí los ojos y vi los suyos entrecerrados,
su boca relajada como una hermosa flor que se recoge al atardecer,
y sus mejillas iluminadas por una serena armonía
que yo no había visto en mujer alguna.
Las manchas del placer asomaban en mis pantalones y en su falda,
pero a ella no pareció importarle cuando salimos a la calle.
No estábamos avergonzados.
Todavía sentíamos que nos envolvían las estrellas.
Nada, nadie, podía censurar nuestra felicidad.
Un poema,
mi primer poema de amor,
mi primer poema de amor,
y la emoción intensa del orgasmo simultáneo,
nos habían convertido en dueños del mundo.
nos habían convertido en dueños del mundo.
Yo tenía 15 años y necesitaba enamorarme.
Ella, 16, y necesitaba sentir que enamoraba.
Estábamos hechos el uno para el otro,
aquella tarde.
Jordi Rueda
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