jueves, 19 de enero de 2017

Una mujer con proyectos (relato)

Me hubiera gustado que me preguntaras: 
¿Qué te pasa?
pero te estabas peinando.
Me hubiera gustado
sentir una mirada tuya de comprensión
pero solo tenías ojos para el espejo,
para tu larga melena de proyectos.

Tuve que ir a los profesionales del malestar
para tratar de encontrar alivio.
Fui al osteópata, a la masajista,
a la doctora del centro de atención primaria,
a la bruja que echa las cartas,
al electroencefalografista…
al psiquiatra…
Todos me contestaron con vaguedades
excepto el electroencefalografista,
que me enseñó un gráfico
y el psiquiatra, que me dijo:
Usted no está loco ni padece depresión,
pero su ánimo está en zona de fragilidad.
Tome estas pastillas durante dos meses
y al terminarlas, vuelva.

Seguí el tratamiento. Me fue bien.
Volví al psiquiatra. Me dio el alta.
Entonces me fui a pasear
por las calles de mi viejo barrio barcelonés.
Sentí el aroma del romero y la albahaca
que venden en pequeñas macetas en el bazar chino
que ha sucedido a la floristería de siempre
y aunque las flores que tienen son todas de plástico
o de tela,
mi memoria olfativa me devolvió
el olor a rosas que me envolvía cuando niño
al pasar ante aquella tienda de flores
(nunca he comprendido por qué no les llaman
a esas tiendas florerías en lugar de floristerías,
como si despacharan floristas en vez de flores).
Me he tomado, después, un café
en el tostadero de la esquina,
que sigue haciéndolo muy bueno.
Te he comprado un cuarto de kilo, ya molido,
porque el día en que se estropeó el molinillo
decidiste no perder más tiempo con moliendas.
De este tomaremos dos tazas después de comer
y luego lo guardaremos en el frigorífico
para que no pierdan del todo los aromas.

Hay una librería nueva.
Te he comprado un libro,
de Leonardo Padura,
una historia de ese detective suyo,
que sé que te gustaba.

Se hace tarde. Quería comprarte otra cosa,
pero solo me da tiempo para unas legumbres cocidas
en la tienda de siempre, que sigue con sus oferta de siempre.
Las tomaremos y así no hará falta que cocinemos primer plato.
Eso siempre es bueno para tus prisas.

Ah, sí, café;
ah, garbanzos, ya sabes que no me gustan mucho,
pero está bien.
No te olvides de llamar al vidriero.

Bien. Cuando veo a una mujer con proyectos
que no escucha al hombre con el que comparte
la parte física de su vida,
vengo a pensar que eso era lo que hacían los hombres,
todos los hombres, en el semipatriarcado,
y no solo los que tenían proyectos,
también los hombres vacíos. Qué tiempos.

Y qué tiempo este. No me olvidaré del vidriero.
Incluso creo que iré mañana, paseando.
Ahora que sé que no estoy loco
ni deprimido.
Ahora que he superado el estado de fragilidad anímica
Tal vez encuentre por el camino a alguien
a quien escuchar.

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