La avidez de experiencias de
la mayoría de las personas es una fuente dorada de ingenio para los promotores
turísticos, sobremanera si las condiciones naturales acompañan. El puenting, que siglos ha fue una de las
torturas con que la Santa
Inquisición obsequiaba a los infieles, aunque con sogas de su
tiempo, que no eran elásticas, claro; el rafting; el barranquismo, cuyos practicantes no tienen que ser necesariamente montañeros
ni amantes de la montaña, o las atracciones “extremas” de los parques temáticos
son ejemplos de esa necesidad de sentir el peligro de cerca, pero con poco o
controlado riesgo, y, de paso, aunque no siempre, hacerse un idea real de lo
frágil que es el cuerpo humano.
En la ciudad de Lleida y en
las comarcas circundantes este año ha habido una niebla persistente que se ha
extendido por más de un mes. En el aeropuerto cercano, el de Alguaire, no han
podido aterrizar los aviones que llevaban esquiadores desde el Reino Unido a
las pistas del Pirineo. Pero resulta que hace un par de años que se instauró en
esas comarcas una ruta de la boira
(niebla) para atraer visitantes foráneos dispuestos a pasear entre densas
grisuras. Los promotores están contentísimos y han dicho que ese turismo de lo
borroso ha aumentado un 20 %.
Felicidades. A los
promotores y a los paseantes. La experiencia resulta inolvidable. Yo recuerdo
las mías, porque, sin rutas organizadas, las viví, las gocé y las sufrí,
también en Lleida, algunas veces.
Aunque, en estos días fríos,
no trataría de repetirla sin necesidad. Casi me da asma solo de pensarlo.
Pero si tú nunca te has perdido
en una niebla espesa deberías probarlo. Al coco solo lo verás en la penumbra.
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