domingo, 18 de septiembre de 2016

El hombre que nació en una ciudad sin puentes

Nací en una ciudad donde no había puentes.
¿Qué era un puente?
Algo parecido a la pasarela que cruzaba la vía del tren,
allá a lo lejos, pasado el arrabal,
o a la que salía en una foto del libro de mi hermana,
que ya iba al colegio.

Un día oí que le decían a mi padre:
Tendréis que iros a vivir bajo un puente,
¿Cómo se vivirá bajo los puentes? –me preguntaba,
figurándome a mi madre disponiendo los enseres junto a la pared
Una pared como la de mi habitación, algo más alta…

Al año siguiente también yo fui al colegio
Y tuve mis primeros cuadernos y allí dibujé casas con ventanas,
árboles (me gustaba emborronar de verde las supuestas copas)
y hasta, una vez, un pozo, según la lámina que nos mostraba la maestra.
Nunca dibujé un puente.
Ni siquiera cuando mi hermana, ya en tercero,
necesitó otro libro y yo pude empezar a utilizar el suyo
y descubrí que había más imágenes con puentes.

La verdad es que los niños de mi clase
nunca hablaban de puentes.
Yo tampoco.
Era, además, muy callado.
Hijo de familia pobre, tenía pocas cosas de qué hablar.
Llegó, no obstante, un domingo en que en casa festejamos algo,
no recuerdo qué, y mi padre,
que siempre traía diarios atrasados del trabajo para leerlos en sus horas de asueto y compartirlos con mi madre,
fue a comprar el del día, todo un lujo… y
¡mira qué bien! llevaba un suplemento a color,
una revista con ¡un tebeo dentro!
En ese tebeo
descubrí que un puente era la casa de Carpanta,
un hombre hambriento que soñaba pollos guisados…
Carpanta, por Escobar. Me fascinó.

Pasó el tiempo y mis padres murieron.
Mi hermana se había casado 
nada más cumplir los 20 
con un señor aparentemente rico 
y se fueron a vivir al Alentejo, a Portugal.
Yo me quedé en mi pequeña ciudad sin puentes
y tratando de ser menos pobre cada día
monté un pequeño negocio.

Cuando conocí a Anaïs me pareció que el mundo se volvía hermoso.
Nos casamos. Tuvimos una hija… ¡qué bonita!
El negocio no iba mal. Llegué a tener tres operarios en plantilla…
Pero poco a poco las cosas empezaron a ir a menos.
Me quedé solo en la empresa.
En casa no podíamos llegar a fin de mes.
La familia de Anaïs vino a buscarla y se la llevó con la niña…
Hasta que las cosas mejoren --dijeron.

Yo, completamente solo en mi ciudad sin puentes,
empecé a descubrir la verdadera infelicidad.
Cuando el último de mis clientes devolvió al banco mi recibo
y ya no pude pagar los alquileres,
comprendí que los pobres no debemos progresar demasiado,
que la clase de tropa solo debe obedecer,
que los que ascienden en el escalafón social son un espejismo, una trampa…
Lo comprendí tan bien que creí que no debía pedir ayuda.
Me embargaron. Me desahuciaron.
Me dejaron en la calle.
En una calle de una ciudad sin puentes…
Tengo hambre.
Sueño con los pollos asados que dibujaba Escobar
y recuerdo al querido Carpanta, allá, bajo su puente,
mientras tendido sobre una manta, en el suelo,
busco una posición en que la espalda no me duela tanto.
Llueve.

Qué suerte que en esta ciudad sin puentes haya recintos para cajeros automáticos: Obra Social de la Caja, creo que los llaman.

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