sábado, 7 de noviembre de 2015

Llevabas un vestido negro

Llevabas un vestido negro, ceñido,
y el perfil de tu cuerpo
era el dueño del espacio
de la boîte.

A menudo he recordado tu vestido.
Su tacto amable era una trampa
para las yemas de mis dedos,
que del centro de tu espalda
viajaban al contorno de tus nalgas
sin poderse despegar.

Bailamos. Slow.
Tu pelo en mi mejilla.
‘You Belong To My Heart’.
Bailamos.
Tu vestido negro y mi camisa blanca se empataron.

En la calle nos envolvió una dulce humedad estival
El puerto estaba cerca, caminamos.
Tu boca se hizo azúcar en la mía de sal.

Levanté tu vestido, lo arrugué.
Tus manos hurgaron en mi pecho
a la vez que en el agua flotaban chispas
que parecían emerger de un sueño.
Luna nueva. Noche oscura. Carne.

Lentamente abotonaste mi camisa.
Alisé tu vestido. Te tomé de la cintura.
Una pasarela de madera nos llevó de vuelta
entre ondas invisibles y algunos besos de sal.

Pero no puedo pensar más en tu vestido negro
ni en ninguno de ese color.
La prueba epicutánea ha sido concluyente:
soy alérgico a la parafenilenodiamina,
un derivado incoloro del benceno
que actúa de primario intermediario
en tintes oscuros. Es decir,
debo evitar las prendas negras, todas.

¡Qué bella estabas con aquel vestido!




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