jueves, 7 de mayo de 2015

Penúltima voluntad

Morir suavemente,
sin dolor, 
con la mirada en un mar calmo,
sintiendo en la cara su tenue soplo salado
mientras la luz, la última luz, 
olvida unos destellos
en las aguas.
Morir en un pausado atardecer 
donde el gris, cada vez más oscuro, 
suceda al luminoso azul,
lejanos los soles rojos
y ausentes las lunas blancas.
Morir despacio,
como se bebe un agradable vino blanco,
dejando desvanecer sus aromas.
Morir al morir el cielo, el mar y el aire,
suavemente, 
sorbo a sorbo...
Aunque sin apurar la copa:
el que ha vivido siempre deja algo.
Es ley de vida. O de muerte.

Jordi Rueda 

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